Hoy he escuchado una charla de Enric Benito sobre el proceso de morir. Es un médico especializado en cuidados paliativos y habla de «proceso» porque dice que la muerte, entendida como final de la vida, no existe. Explica la muerte como el cierre de la propia biografía, pero no de la vida, y lo compara con el proceso de nacer. Transmite un enfoque muy pacificador y reparador.
Después de presenciar y acercarse en multitud de ocasiones a personas al final de su vida, describe la experiencia del que fallece y del que le acompaña, del itinerario que muchas personas siguen y un enfoque del proceso en el que se transparenta la posibilidad de vivirlo con paz.
No niega el sufrimiento, ni la agonía, existen, pero habla de ellos como parte del proceso.
Explica que cuando el proceso de muerte se desencadena hay un primer momento de caos; en este momento la evolución de la propia enfermedad da señales, al que está muriendo, de que va a morir. Hay una «conciencia velada» de la proximidad de la muerte. Este es el momento del apego, de la lucha, de la batalla tratando de curar, de la muy legítima peregrinacion por hospitales y clínicas especializadas. El que acompaña en este momento solo puede estar, acompañar, respetar, entender la angustia y, si es el caso, facilitar que pueda soltar.
Si la persona evoluciona entrará en una fase de aceptación; del «no quiero» se pasa a la «conciencia de inevitabilidad». La persona se da cuenta y entra en una realidad dual. Sueña y, en un lenguaje simbólico, habla de su sensación de estar entre dos aguas, con sus gozos y sus sombras. Las inquietudes las puede serenar el que acompaña cogiéndole de la mano y diciéndole «todo va bien». Empieza a funcionar la «conciencia testigo», la persona se ve a sí misma ya desde otro lugar.
La última fase comienza cuando se da la entrega o la sanación; es el momento de la trascendencia a otro nivel de conciencia con una experiencia tremenda de paz, gozo y bendición. Se da la experiencia, en muchas personas, de que tener la visión de alguien querido, que ya no está, y que les da paz y serenidad en esos momentos. Les ayuda a entregarse o, como alguno lo llaman, a rendirse.
Es el momento del crecimiento y de la transformación. Cada persona se muere como ha vivido y esto no siempre se da. Pero cuando se da la persona marcha en paz y, a los que se quedan, les deja un espacio de paz y de agradecimiento en su lugar.
También habla de las tres actitudes que el proceso de morir necesita.
Explica que hay que acercarse a ello con humildad y con respeto. Habla de la hospitalidad, o de abrir las puertas de tu casa a un extraño, a un desconocido que te da miedo. Para eso es mejor tener la casa ordenada y saber que te pueden ensuciar el sofá. Algo te puede tocar y, seguramente, vas a tener que limpiártelo. Acompañar al otro en su proceso de muerte es ofrecer un lugar libre y sin miedo. Sin juicio.
Con presencia. Mucha presencia para que el otro pueda agarrarse a algo sólido. Estar anclado fuerte en lo que tú eres.
Y con compasión. Compasión entendida como «empatía en la acción». Identificar a la persona que se va como de tu propia especie. Es la actitud del samaritano atento (mindfull), al que se le remueven las vísceras por dentro y actúa; se acerca, limpia y cura. Se encarga del cuidado. Se indigna también, «esto no puede ser así».
Y, sabiendo que se trata de estar, sin esperar nada a cambio. No eres responsable de los resultados; si sale bien no es tu éxito y si sale mal no es tu fracaso. Tú solo has estado ahí para ayudar. Pero la experiencia merece la pena porque el crecimiento y la transformación también van a ser tuyos.
Para poder irse en paz el que se va tiene tambien tareas. Una de ellas es llegar sin cuestiones pendientes al final de la vida. Es decir aceptar las propias luces y sombras, esto es mejor ir ya poniéndolo a punto. Otra tarea es tener conexión con lo querido; que los que me importan estén y me ayuden a avanzar. Y por último, la entrega a lo pertenecido; tanto al nacer como al morir hay alguien que te sostiene.
En el parto también hay agonía y, fisiologicamente, en el cuerpo se dan equivalencias. Lo que ves es una parte de lo que ocurre. Igual que en el parto se le dice a la parturienta «empuja» (aunque duela), y no se le administran medicinas que eviten las contracciones, en el final de este proceso, el oxígeno y la sonda no se necesitan y lo que necesita escuchar el se va es «te quiero, gracias por haber vivido«.
Ilustración; Cristina Villacieros Durbán
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