Es decir, la verdad es el antídoto para la mentira. Tan sencillo y tan complicado a la vez.
Parece sencillo de comprender porque obviamente la verdad es lo opuesto a la mentira, pero es bien complicado de sostener cuando la verdad no nos lleva a lo bonito, sino que nos lleva a lo feo, a lo difícil a lo duro a lo que duele.
Lo que es blanco no es negro y además es bonito, pero lo que es negro no solo no es blanco, sino que además puede ser feo. Lo que es alegre no es triste y además es mucho más placentero, y lo que es triste no solo no es alegre, sino que además es displacentero.
Y en estas cosas nos movemos o, peor dicho, no nos movemos, nos quedamos atrapados, enjaulados, encarcelados y atados de manos. En el vernos bonitos y solamente vernos bonitos. En ello condicionamos nuestra existencia y por supuesto también condicionamos a los que nos rodean, porque si solo podemos ver lo bonito el que nos rodea también estará atado de manos, no podrá mostrar sus partes feas.
Y no se trata de ver lo feo solo por ver lo feo, se trata de tener la libertad de poder ver lo feo. La libertad -la ternura- incluso de querer lo feo y mirarlo con cariño. Mirar con cariño ese bebé vulnerable que solamente llora y demanda, ese bebé vulnerable, tan necesitado, tan poco independiente, tan poco autónomo. Ese bebé que se mueve dentro de nosotros y nos condiciona, nos pone a sentir nuestra vulnerabilidad. Vulnerabilidad que necesita ser escuchada, acogida y acunada.
Y cuándo puedes acoger, acunar y querer lo negro, cuándo puedes acoger, querer y acunar lo triste, lo que duele, lo difícil, entonces te das cuenta de que no hay una verdad única, sino que las distintas verdades conviven, el blanco convive con el negro y la tristeza convive con la alegría. Y la ternura con la agresividad.
Vernos en nuestra verdad completa es lo único que nos cura, acoger y acunar nuestras sombras es lo que nos permitirá amarnos al completo. Es por eso que la verdad nos hará libres.
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