Esto era un colegio de un barrio marginal de un área rural de un país….
Un grupo de profesores, encantadores, gente muy «normal» (de los que les preguntas y te contestan), que se apuntan a una «actividad formativa», de las obligatorias…., cierto es que podían elegir entre 3 actividades distintas, pero aun así, son obligatorias…. «Estamos hartos de que nos suelten rollos», decían. «Quizás tenemos que salirnos a mitad del curso, tenemos evaluaciones, vienen los padres…». Son las 4 de la tarde, «¿a quien se le ha ocurrido poner el curso a esta hora?, ¡aquí dormimos siesta!».
Comenzamos proponiéndoles trabajar un conflicto, «de cualquier tipo» dijimos, «puede ser de pareja, con un hijo, con un amigo, con un alumno…»
«¡Con un alumno!, por supuesto, yo he tenido una esta mañana con Menganita….»
En un periquete se habían armado con uñas y dientes todos los profes hablando de Menganita… «es que cómo venía hoy la chiquilla….»
Mi compi y yo, que íbamos de facilitadores de grupo, les propusimos representar la escena.
Primero relataron lo sucedido por la mañana y después la representaron….
Fue así: …. Al acabar el recreo la profesora llama a la clase que está en el patio, los alumnos entran alborotados pero más o menos se van sentando, unos gritan, otros tiran bolas, alguna esta calladita en su sitio… La profe empieza a hablar y los mas gamberros no le hacen caso, ella les manda callar, se enfrenta a ellos, les «obliga a callarse».
Aparece Menganita que llega tarde y la profe se lo puntualiza. Menganita, apoyada por el resto de alumnos que le ríen y le bailan la gracia se enfrenta a la profesora, le dice que pasa de ella, que ella hace lo que le sale de ahí, que le da igual ir a la directora… Aparece por la puerta el profe de gimnasia, que esta mañana ya «la ha tenido con Menganita». Llega… pues calentito como quien dice y se lleva a Menganita a la directora. La directora no eleva el tono de voz, la trata con calma pero con firmeza. Le dice que no puede seguir haciendo lo que hace. Menganita sigue en sus trece y aquí acaba la escena. No hubo salida al conflicto.
Agotador, los profes desesperados, todos los días así y peor, «¡espérate a ver como viene mañana mi Fulanito!» Aquí es donde entra el trabajo emocional. Lo que proponemos consiste en detectar lo que sientes y ver cómo vives las situaciones para darte cuenta de lo que te está pasando, de qué cosas te condicionan. Esto ayuda a deshacer bloqueos y conflictos, se manejan las situaciones desde otro ángulo…
«Veamos, como ejercicio, ¿a ver que pasa, no?»
Les propusimos que representaran la misma escena; todos vamos a repetir los mismos movimientos pero esta vez vamos a ir reparando en lo que siento, solo lo que siento. Para ello, en vez de decir lo que hasta ahora estábamos diciendo, vamos a decir en alto lo que sentimos…. Sólo lo que sentimos.
«¿Quéee?, ¿Cómo?… pero entonces, ¿sólo lo que siento? Y ¿cómo lo se?»
Esta es la gran dificultad al inicio, pero es cuestión de ponerse… Todos sentimos, no existe la ausencia de sentimiento, existe la desconexión pero no la ausencia. Cuanto más te lo trabajes y más atento estés a lo que sientes más fácilmente lo irás detectando. Y cuanto más conectado estás a tus sentimientos mejor conectarás con la persona que tienes delante.
Vamos allá. Con buen ánimo el grupo de profesores se dispone a volver a representar bajo esta consigna… tan rara…. Entran los alumnos, alborotadísimos, jugando, corriendo, gritando y diciendo «¡siento risa!, ¡que divertido!…». (Sólo hay que imaginarse un grupo de profesores aprovechando que ¡ahora están en el lugar de alumnos!….). Entra la profesora, ve el follón que hay en clase y desde una respiración profunda dice «me siento muy mal… chicos, me estoy sintiendo muy mal»…
Los alumnos se miran unos a otros con caras de asombro y se van callando, empiezan a respetar, se van tranquilizando.
Están escuchando a la profesora a nivel emocional, están tocando lo que de ellos se siente mal, están empatizando con ella. La necesidad de descargar energía gritando, jugando, empieza a disiparse. Quizás porque esa necesidad de descarga estaba condicionada por un sentirse mal propio que ellos no sabían detectar, quizás por que se dan cuenta de que hay una persona que se siente mal y no pueden dejar de verlo…, cada uno tendrá su propio movimiento interno, lo importante es que se da un movimiento interno, no se enquista la situación, no se da una situación que haya que aplastar a golpe de la más dura de las disciplinas.
Se arma un silencio, se ven caras de miedo, alguna de angustia y como siempre, una alumna salta «¡pues a mi me da igual!».
Intervenimos para preguntarle «¿qué sientes?». Ella dice «¿yo?, pues alegría, ¿qué va a ser?».
«sin embargo no lo dices con una sonrisa ¿Qué sientes?, ¿puedes escuchar a la profesora?
La profesora vuelve a decir «me siento mal».
La alumna en tono de amenaza repite «¡yo siento alegría!». Le volvemos a preguntar «¿estás escuchando?, mira a tu profesora». Ella la mira, conecta con la expresión de la profesora y empieza a escuchar, no a oír. Escuchar la emoción de la profesora le ayuda a conectar con la suya propia, rebaja la postura y el gesto de amenaza, dice «bueno, perdón…»
La profesora nos mira con cara de asombro. Nos dice «¿y ahora qué hago?… »
Le decimos, «ya tienes a la clase tranquila, ¡sigue adelante!»
En ese momento entra Menganita, que llegaba tarde del recreo pero ha estado escuchando en la puerta lo que pasaba. Y ha estado escuchando de verdad, no oyendo. La profesora se acerca a ella y le dice «me siento mal». Menganita responde «yo me siento tranquila». La profe insiste «¡me siento mal!».
En esta ocasión es a la profe a la que le preguntamos «¿realmente te sientes mal ahora?, párate, ¿cuál es el conflicto en este momento, tu clase está tranquila, está callada, qué está pasando ahora?» La profe vuelve a respirar y se da cuenta de que no se siente mal pero…, nos dice, «como esperaba que Menganita viniera a enfrentarse conmigo y yo la tenía que regañar…. pensaba que…. »
Muchas veces presuponemos lo que va a pasar y antes de que suceda estamos colocando a Menganita en una situación en la que su única salida es «ser mala».
La profe iba con dos registros diferentes el pensaba y el sentía… Cuando se dio cuenta de su sentir pudo escuchar la tranquilidad de Menganita que estaba en la puerta y, muy tranquilamente también, le pudo decir «pasa y siéntate».
No tuvimos que llegar a la directora, ni hubo enfrentamiento. Fin del cuento, que no es un cuento.
Esta es sólo una experiencia de mil con un grupo de profes en un colegio de un barrio un poquito marginal de una zona rural. Donde podemos comprobar, la importancia del trabajo emocional.
Hemos crecido en un mundo en el que se ha hecho mucho hincapié en Matemáticas, en Lengua, en normas y en «deberías» y se ha dejado de lado toda la educación emocional. O erróneamente se ha considerado que la educación emocional es aguantarse las emociones. Hemos aprendido a no llorar, a no mostrarnos vulnerables, a tragarnos las lágrimas. Con ello también nos hemos tragado no sólo las alegrías y los disfrutes sino también el detectar qué esta pasando por dentro de mi y por dentro de los demás.
Las emociones son un indicador de lo que sucede en nuestro entorno, cuando estamos desconectados de ellas actuamos como autómatas.
La manera de situarse delante del alumno se hace diferente cuando se escucha por todos los canales, se permite el desarrollo de los acontecimientos de formas más armónicas y repercute en la educación, no sólo aprende matemáticas, sino que también aprende a definir lo que siente y a comunicarse desde ahí.
«¡¡Pero esto nos sirve para nuestra vida personal!!»
(Fue la conclusión de la profe que actuaba de alumna que no se quería callar)
Como decía no se quien (Claudio Naranjo), …., es necesario cambiar la educación para cambiar el mundo…
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