Una vez a una persona algo le salió mal y creyó que había fracasado. Olvidó todo lo aprendido, todo lo ganado y todo lo trabajado en el camino. Olvidó a toda la gente que tuvo cerca, a los que le habían ayudado y a todos los que le habían acompañado. Incluso estaba tan frustrado que se enfadó y a las personas que querían acercarse les daba codazos… Olvidó cómo había llegado a ese punto y para qué. Renegó del impulso que le llevó hasta ahí… Eso sí que fue un fracaso…
Menos mal que en algún momento se dio cuenta de que era mejor dar la vuelta a la tortilla que tirarla a la basura. Se dio cuenta de que tuvo un deseo,  movió ficha y caminó por un camino. Se dio cuenta de que estaba convencido de que fue por una buena razón. … se dio cuenta de que esa buena razón seguía existiendo!. Se dio cuenta de que ¡todo el camino que había hecho era válido! no tenía que invalidarse ni a sí mismo ni a sus deseos por no conseguir lo que esperaba. No tenía que despreciarse ni negarse ¡qué alivio!.
Se dio cuenta de que todo viento lleva a algún puerto. Empezó a abrir la mente, a revisar con cariño lo sucedido y a valorarlo de otra forma. Se dio cuenta de que no es oro todo lo que reluce, ni reluce todo lo que vale. Empezó a mirar con otros ojos lo que le había sucedido y… después de todo, no era tan raro ni tan grave. Empezó a pensar que quizás hasta le había venido bien porque por un lado se llevaba muchas cosas aprendidas y por otro lado pensó que ese camino era parte de su recorrido. Se dio cuenta de que ahora sabía qué cosas podía dejar atrás porque no le valían… y ¡qué gran peso soltó!
En fin…. que entre otras cosas vio que hasta la luna tiene dos caras… y muchas veces la cara oculta es la más bonita.

 


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