La verdad es que no me canso de constatarlo. No hay una regla ni una norma bajo la que todos los procesos psicoemocionales de todas las personas se ordenen.
Cada persona que trato es diferente y tiene su propia normativa. Por eso es tan importante escuchar y por eso es tan peligroso etiquetar.
Y por eso, a todas las personas hay que escucharlas en profundidad. Sin juicios.
Hablan de la escucha activa, una escucha participativa. Y está fenomenal, pero cuando pienso en la escucha pienso en escuchar mas allá de lo que dicen las palabras y confiar en que detrás de una máscara siempre hay un corazón que se siente frágil y por eso se defiende. Por eso se muestra arisco, por eso se muestra frío.
Cada persona se expresa de una forma. Además, es frecuente que las personas que llegan a consulta vengan con pocos recursos y habilidades comunicativas. También llegan con una capa de defensas muy gruesa que, por alguna razón, en los últimos tiempos les está fallando y se sienten tremendamente vulnerables. Y con un abanico de comportamientos reducido, condicionado, acción y reacción sin apenas reflexión. Solo un montón de arrepentimientos posteriores y un montón de autoreproches y culpabilizaciones.
Por eso es tan importante estar atento a lo que hay detrás de lo que se muestra. Es importante creer en la esencia de la persona, ese centro de bondad que siempre existe, para poder verla. Solo confiando en el potencial humano de la persona puedes conectar con él, ayudarle a conectarse y, desde ahí, tratar de reblandecer y reedificar una personalidad enrigidecida y, en muchos casos, autodespreciada.
Todo este proceso es lento pero seguro. Caminarlo pueden suponer muchos meses incluso años, pero desde el principio la persona va sintiendo algo de esperanza. Desde que se conecta con la propia bondad la persona recupera algo de autoestima y siente que ese es el camino. En muchas ocasiones hay baches muy difíciles de atravesar, miedos, sombras, recovecos escondidos que hacen sufrir, hasta que se ventilan.
Por raro que parezca cuesta mucho desprenderse de nuestros miedos. Cuesta porque aunque molesten son nuestra zona de confort, ya lo dice el refranero español «más vale malo conocido que bueno por conocer». Para bien o para mal, con ellos hemos aprendido a vivir y a comportarnos, tenemos «una conducta para cada miedo». Sin embargo soltar el miedo nos deja ante un gran vacío, ante una gran incertidumbre. Si dejo de sentirme abandonada…., entonces ¿qué pasa?, ¿quién soy ahora?, ¿cómo me comporto?
Por eso es tan importante aprender a confiar. El que confía vence el miedo, el que cree que puede, quiere, como dice el refranero «querer es poder». Pero para querer, confiar.

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