Cuando se sabe mirar el juicio abraza al miedo y el miedo comprende su agresividad.
Cuando se sabe mirar se conoce la autenticidad de las personas, se conecta desde lo profundo y se genera un espacio de protección y seguridad en el que se puede respirar con confianza.
Cuando se sabe mirar también se sabe mostrar. Se sabe sacar lo mejor de sí y mostrarse amable, cercano y vulnerable. Y cuando uno sabe verse también sabe ver a otro. Sabe ver a las personas desde su lado amable, cercano y vulnerable.
Este es el espacio terapéutico. Ahí es donde la persona puede enredarse, desenredarse, soltarse y recogerse. En el espacio terapéutico se facilita el mostrarse, como también se legitima el esconderse.
El espacio terapéutico es un momento en el que no hay juicio, hay consciencia, no hay culpa, hay responsabilidad, no hay mecanismos neuróticos, hay defensas que te fortalecieron o estilos de supervivencia.
Y en ese espacio, se genera ese proceso. Un proceso donde se aprende a mirarse de nuevo. Con una mirada comprensiva. Y es esa mirada limpia la que encuentra la forma de que el juicio abrace al miedo. Porque esa es la función del juicio, proteger al miedo, pero lo puede hacer desde el amor y no desde la ira.
Y cuando se sabe mirar la propia biografía con esa mirada que abraza, se puede empezar a armonizar lo que sucede. Cuando se sabe mirar se empieza a comprender. Se empieza a perdonar. Se empieza a querer.
Es algo que parece magia. Y es transversal. Está por encima y por debajo de todo. Se puede llegar a sentir que escapa del propio control y quizás eso es lo mejor, que ya no dependa de ti. Se empieza a desarrollar sin esfuerzo y se descubre que cuanto menos pretendes controlar, más se desata el crecimiento. Todo encaja, todo cuadra, eso sí, para lograrlo hay que ponerse ahí, con todo.
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