La muerte de un ser querido nos puede hundir en un estado de dolor y confusión. Sentimos que nos ahogamos y que cualquier cosa nos sobrepasa. Nadie nos puede entender ni ayudar.

Y es que el duelo, en muchas ocasiones, no es algo fácil de digerir.

Los primeros días, lo primeros dos meses tras la pérdida, el entorno está muy pendiente. Llama, pregunta, acompaña, hace favores, está atento…., pero en esos primeros dos meses la persona en duelo todavía no se ha hecho tan consciente de lo que conlleva su pérdida como lo hará más adelante. Ha podido tener momentos de consciencia, ataques de llanto, pero todavía no ha caído en la dureza real del vacío al que va a tener que enfrentarse. Por otro lado, todavía se siente medianamente protegido por su entorno, que le atiende con mucha cercanía.

El duelo, la muerte en general, es un tema tan tabú que normalmente lo evitamos y cuando nos pilla cerca nos cuesta mucho, incluso solamente hablarlo. Quizás en los momentos iniciales tras el fallecimiento sí que somos capaces de dar el pésame, expresar el pésame, preguntar qué tal estás…, pero cuando han pasado dos o tres meses, los conocidos, incluso los más cercanos, ya no sabemos qué hacer con ello. Ya no sabemos si preguntar o no, no queremos molestar, no sabemos qué respuesta nos podemos encontrar, tampoco sabemos si sabremos manejarla, o creemos que le podemos generar tristeza por preguntar… Y la persona en duelo lo nota.

A partir de los dos o tres meses, hasta los seis, incluso el año si la pérdida es grande, es justo cuando la persona va dándose cuenta de lo que ha sucedido. Y también es cuando el entorno se empieza a retirar del escenario. A partir de los dos o tres meses la rutina y la cotidianeidad se hacen presentes y ahí, en el día a día, es donde se nota y pesa la ausencia. Hasta entonces parecía que se había ido de viaje pero iba a volver. Durante el primer año la mayoría de los dolientes relatan cómo oyen, ven y sienten al fallecido. Todavía está muy presente para ellos, pero para el entorno es todo lo contrario. «Cariño, ya han pasado seis meses… ¿no deberías empezar a olvidar? Te lo digo porque creo que es mejor para ti».

El doliente empieza a sentirse cada vez peor. Lo último que quiere es olvidar. Echa tanto de menos…. No solo tiene que llevar su duelo, que cada vez va tomando más forma y cada vez da más rabia, sino también la incomprensión del entorno.

Acuarela de una niña en una barca
Ilustración de Cristina Villacieros

La persona en duelo lleva su proceso y le cuesta llevarlo. Mucho más le cuesta expresarlo. Si encima nota que su entorno se tensa ante su presencia, que no quieren sacarle el tema, que no saben cómo preguntar, que le cambian de tema si le ven los ojos llorosos, que buscan que se olvide del fallecido…., más se cohibirá y aislara. Más en soledad se sentirá.

También puede pasar que no quiera sentirse más vulnerable de lo que ya se siente aunque su entorno le facilite la comunicación o el desahogo, la expresión del recuerdo.

El caso es que según avanzan los días, antes de hablar de lo que le pasa intentará callar. Si la persona en duelo no se ve legitimada para hablar (porque no encuentra con quien o porque no quiere), no hablará. Y cuando callamos, lo que poco a poco podemos llegar a conseguir, es bloquear el duelo y encapsularlo.
Empieza a disimular, empieza a aislarse, por supuesto se le quitan las ganas de hablar con nadie sobre el tema. Va guardando. Guardando tristeza, guardando soledad, guardando rabia y frustración, guardando culpa porque quizás lo podía haber evitado, quizás podía haberle dicho esto y lo otro antes de…, entran todos los deberías en escena a hacer daño (debería haber hecho esto o lo otro…).

Y la persona cree que lo que le toca es aguantarse con ello. Se le va haciendo bola y cada vez es más difícil salir de ahí.

Su entorno, a estas alturas, no se puede ni imaginar el infierno que viven y son totalmente ajenos a la ayuda que podrían prestar. Ayuda que solamente consistiría en, palabra mágica, escuchar. Escuchar sin pretender solucionar, no hay solución. Escuchar sin juzgar, no hay juicio que hacer. Escuchar ayuda a sostener el dolor, la tristeza, la rabia, la culpa…. lo que sea que le está sucediendo a la persona. Tan fácil y tan difícil a la vez.

A partir del año llegan los aniversarios. Cuando el entorno cree que ya está todo resuelto vienen los picos de dolor más agudos. Su primer cumple, mi primer cumple, la primera vez que…, el primer verano, la primera navidad… «Que uvas ni que uvas, ¡si no puedo ni leer un libro desde que no está!» Y la gente no puede o no quiere comprender. Le obligan a tomarse unas uvas que caen en el estómago como bombas. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Respetar su dolor? No, eso nunca, no vaya a ser que nos invada la tristeza en fin de año. En nuestra cultura es obligatorio ser feliz y sentir tristeza en fin de año está prohibido. Por eso tanta gente odia la navidad.

Así es como se fraguan duelos complicados. Son duelos que pueden llegar a cronificarse. Pueden quedarse ahí para toda la vida.

Los sentimientos son como una botella. Si te acostumbras a taponarlos se quedan encerrados. Cuando le pones el tapón dejan de salir. Lo malo es que no podemos elegir los que sentimos y se deja de sentir tanto lo “bueno” como lo “malo”. De tanto que ocultamos dejamos de detectar lo que sentimos y podemos llegar a convertirnos en personas con corazón de piedra. Frías.

Por eso es importante respetar el dolor del doliente. Darle espacio, tiempo y comprensión. Escucha. Gran palabra y tan difícil de poner en práctica.

Durante el duelo es normal tener pensamientos muy dañinos. El cerebro se defiende del dolor tratando de buscar salidas. Nos partimos la cabeza intentando dar explicación a lo inexplicable. Intentando buscar formas en las que lo que se nos está escapando pueda encajar. En realidad con ello buscamos sentir algo de control ante un golpe tan fuerte.

También es normal sentir emociones muy difíciles de manejar y sostener. Se va pasando por fases. De rabia y frustración por lo injusto que ha sido. De culpa porque mi actuación pudo haber sido mejor. De tristeza porque me doy cuenta de que no va a volver.

El duelo se puede trabajar. Y el trabajo consiste en vomitar todo esto. Consiste en drenar la rabia y la tristeza. En desmontar la culpa. Consiste en navegar por un río de tristeza hasta llegar a mar abierto. Consiste en atravesar un desierto donde hay días malos y días peores. Pero cada uno de esos días es un día importante. Porque cuando los pasas todos ellos puedes llegar a liberar todo el dolor y recordar con amor.

Esperamos poder ayudarte.


1 comentario

Carlos · marzo 10, 2023 a las 1:15 pm

Profundo y sentido. Bstos

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